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La ciudad “más aburrida del mundo” intenta cambiar su imagen en su centenario

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Como varias ciudades del mundo construidas intencionalmente, Canberra intenta convencer a los foráneos que es mucho más que un centro político, dice Madeleine Morris.

Australia

La capital de Australia, con fama de ser una de las urbes menos atractivas del planeta, festeja su aniversario con actividades que buscan atraer el turismo.

“Canberra: ¿por qué esperar a la muerte?” fue el juicio que emitió Bill Bryson en su diario de viajes “Down Under 2000”. “Pyongyang sin la distopía”, fue en cambio el veredicto de la revista The Economist en 2009.

Si Sidney es atrevida y audaz, y Melbourne es cool y elegante, Canberra es, por lo menos en el imaginario del público australiano, aburrida y sin alma.

“Canberra: no es tan mala” es lo que dice una famosa placa de auto de la ciudad”, cuenta Jenna Clarke, editora de estilo y entretenimiento de The Canberra Times.

“Otras ciudades de Australia están haciendo cosas creativas, con ímpetu, pero aquí todo está envuelto en plástico. Esto no quiere decir que sea algo malo; Canberra es madura y sabe lo que hace”.

DIFÍCILES DE ENTENDER
Después de que Australia se convirtió en confederación en 1901, Melbourne y Sídney no pudieron ponerse de acuerdo sobre cuál de las dos sería la sede del nuevo Parlamento. Tras años de discusiones, encontraron un sitio intermedio para su capital: una pequeña comunidad rural a 300 kilómetros de Sidney.

Siguiendo el ejemplo de Washington DC, Estados Unidos, a la nueva capital se le asignó un territorio especialmente definido para que ningún estado pudiera dominar a los políticos federales.

Se llevó a cabo un concurso internacional para elegir el mejor diseño para la nueva ciudad. Ganó la pareja de arquitectos de Chicago Walter Griffin y Marion, y la construcción de su atrevido proyecto geométrico con círculos, triángulos y hexágonos finalmente comenzó en 1913.

Un siglo más tarde, Canberra es el hogar del Parlamento de Australia -compuesto por el Senado y la Cámara de Representantes-, la Corte Suprema, la Galería Nacional, un gran número de departamentos gubernamentales y academias de formación militar.

Sus 350.000 residentes viven en siete distritos, cada uno de ellos con su propio centro comercial.

El peculiar diseño de los Griffin separó los distritos con matorrales frondosos, haciendo que Canberra siempre pareciera estar rodeada de selva. Lo que, según sus detractores, significa que los habitantes han luchado por tener la sensación de comunidad necesaria para lograr la unidad de una ciudad.

Al igual que muchas otras capitales administrativas construidas expresamente -como Brasilia en Brasil, Naypyidaw en Birmania, Islamabad en Pakistán- su diseño no ha logrado capturar el corazón y el alma del país que gobierna.

LOS MENOS AMABLES
“Es un foco de mediocridad, un panteón de gente ordinaria y común y corriente”, se queja Andrew Ure, un ex funcionario público que vivió en Canberra seis años antes de escapar a un trabajo de relaciones públicas en Sidney.

“Debería ser una ciudad impresionante porque está llena de jóvenes inteligentes, pero allí no hay nada para ellos. Cada viernes a las cinco de la tarde hay un atasco de tráfico de autos llenos de personas que van a Sidney el fin de semana”.

La falta de vida nocturna es una de las quejas más comunes sobre Canberra. Ure habla con incredulidad de una vez que lo echaron de un bar un martes a las 20:00, mientras bebía una copa de vino, porque el dueño quería cerrar.

Ciertamente hay comida y bebida de clase mundial, pero algunos tienen sus particularidades, dice Jenna Clarke.

“Canberra también parece estar bien si tienes niños pequeños y eres feliz en un ambiente tranquilo”, sostiene Ure. “Pero para mí, salir de allá fue el mejor cambio de mi vida”.

La ciudad parece tener problemas para convencer a los profesionales de mudarse allí, a pesar de los altos salarios y servicios de primer nivel.

Se estima que el 70%-75% de los médicos del servicio de urgencias del segundo hospital de la ciudad no viven ni en Canberra ni en sus alrededores.

UNA CIUDAD MÁS HIPSTER
Pero a pesar de toda esta realidad, Canberra está decidida a usar la celebración de su centenario para hacer una estrategia de contragolpe.

“Creemos que somos como cualquier otra ciudad de Australia y nos gustaría ser vistos de esa manera, en lugar de en los términos despectivos de una ciudad artificial o que no es normal”, dice Jeremy Lasek, director ejecutivo de la celebración del centenario de Canberra.

Hay en marcha una programa de eventos culturales y deportivos y, como le comentó Lasek a BBC, se espera un número récord de visitantes en 2013.

“La gente es curiosa y vendrá. Muchas de las críticas provienen de personas que no han estado aquí por diez años o más, o que nunca han venido”.

“Es frustrante tener que defender la ciudad que se eligió para vivir si la mejor defensa que hay es que “¡no está tan mal!””, asegura Kylie Bates, profesional de desarrollo deportivo.

Bates enumera una nueva generación de cafés y bares hipster -o de moda- y aboga por aprovechar el impulso del centenario para tratar de cambiar la imagen de una urbe como hogar de políticos y funcionarios públicos.