Recordando los Mercados del Pueblo: cómo consumíamos la leche ENCI y el pan popular

Era adolescente en el primer gobierno de Alan García. Rozaba los 19, y como muchos otros de mi generación crecí alimentándome con leche ENCI -sí, la del sobre blanco y etiqueta verde- y pan popular. Y, aunque hoy me cueste admitirlo, a veces extraño el olor de la leche en polvo antes de prepararla y el sabor de aquel diminuto pan de escaso peso, pinta barraconera y horrendo sabor: el pan popular.

los Mercados del Pueblo

Muchos los recuerdan por su mal aspecto y feo sabor. Fueron un paliativo a la crisis generada durante el primer gobierno de Alan García.

En realidad, la idea no es hablar sobre la escasez de los alimentos ni la forma en que se especulaba con ellos. Lo único que quiero recordar son las amanecidas haciendo cola en los Mercados del Pueblo, en los que con mucha suerte y paciencia se podían conseguir temprano dos bolsas de leche ENCI en polvo, un kilo de arroz, medio kilo de azúcar rubia, un cuarto de aceite y pan popular. Productos que a las justas alcanzaban para cuatro.

La leche ENCI era el producto de mayor demanda en aquella época. Todos se peleaban por un sobre de la vaquita pirata (porque tenía el ojo izquierdo manchado con negro). Personalmente me gustaba comerla a granel o mezclada con plátano, piña o fresas. Se pegaba en el paladar y su sabor dulzón era inigualable.

Hoy las leches en polvo no igualan su consistencia ni sabor. La ENCI, repito, era medio dulzona y tenía un no se qué que la hacía diferente.

Solo se vendían dos sobres por persona. A veces, para conseguir más, llevábamos a la abuelita, a la tía o al primo que nos visitaba de manera esporádica, para que la cuota de venta del día sea mayor.

¿Qué podía uno preparar con leche ENCI? Si tenías en la despensa un poco de helado (o cubos de leche helada) y cocoa Winter’s -esa que promocionaba Gastón Du Postre- o Nescao, seguramente te salía un rico milkshake o un batido.

Claro, había que ser cuidadoso con las porciones, porque un pote de cocoa o Nescao debía durar un año. Felizmente, el azúcar rubia ayudaba: uno metía una cucharadita y su gránulos estaban tan mal procesados y quemados que al toque pintaban la leche. Claro, para ser sinceros, no había que hacer mucho esfuerzo porque la leche no era tan blanca que digamos, tenía un color amarillento: era procesada con suero de leche.

También podías preparar chupetes hechos con fruta. Esto último a todos no le caía bien, pero no me dejarán mentir que era un purgante muy eficiente.

PAN POPULAR
La leche ENCI nos acompañó durante buen tiempo, sobre todo a la hora del lonche. Se tomaba siempre con pan popular, un diminuto bollo, muy feo y de sabor medio raro. ¿Cómo se hizo comible?

En mi casa la mermelada era un lujo, pero necesaria. ¿Jamón? A veces, cuando el viejo cobraba. Lo que sí había era mantequilla.

Felizmente el tendero de la esquina era cajamarquino y, aunque las vacas no daban leche como antes, él se las ingeniaba para tener siempre algo para la venta.

Recuerdo mucho que una de mis abuelas preparaba budín de pan popular. Era su predilecto: aplicaba su receta ancestral para darle un toque de sabor. Solo así soportábamos el “pan de los pobres”.

En casa, mi madre era práctica: pan que sobraba no lo desechaba. Como se ponía duro muy rápidamente, lo juntaba y rallaba para los apanados. Recuerdo mucho su frase: “Todo sirve, hijo, nada más un poco de paciencia, lo rallas y listo”.

Así, entre el pan y la leche crecimos, también entre la sopa de fideos con verduras, el puré con alitas de pollo, la chicha morada o la agüita de cebada para acompañar la cena. La imaginación de las madres no tenía límites, manejaban muy bien la economía.

CUADERNOS POPULARES
Otro recuerdo de aquellas épocas -sobre todo ahora que se acercan los días de colegio- es el uso del cuaderno popular, sí el del mapita.

La tapa era de color gris con hojas de colores verde y amarillo. Apenas si distinguías los que escribías en ellos. Su hojas eran simples y se arrugaban fácilmente. Algunos lográbamos disipar su fealdad y los forrábamos con ese papel azul que vendían en las librerías. Solo así cubríamos la historieta que venía graficada en la tapa de atrás.

Por aquel entonces se puso de moda pegar figuras de autos, modelos y de jugadores de fútbol. Era la única forma demaquillar aquellos cuadernos feos, que se utilizaban más para apuntes rápidos que para las tareas del colegio.

Para usarlos había que tener cuidado, pues si cogías el cuaderno de una sola hoja o borrabas muy fuerte se rompían. Si le caía una gota de agua, se esparcía.

La calidad de lo popular no era buena, pero nada podíamos hacer, era lo que había. Fue parte de lo que el gobierno de ese entonces ideó para ayudar a paliar la crisis. ¿Sirvió? Muy poco.






Sección: Gastronomía