Las madres literarias: las mujeres detrás de grandes hombres de letras

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La madre es uno de los grandes tópicos de la literatura, pero poco se conoce sobre cómo algunas de ellas intervinieron en la vocación de sus hijos escritores.

madres literarias

Retrato de Leonor Acevedo, la madre de Jorge Luis Borges.

Para bien –y a veces para mal– no han sido pocos los escritores marcados por la figura materna. Es el caso de Honoré de Balzac, cuya relación con su madre, Anne-Charlotte-Laure Sallambier, estuvo crispada desde el inicio, a causa de la prematura muerte de su hermano mayor, lo que afectó profundamente a su progenitora. Por tal razón, el niño Honoré fue entregado a una nodriza y a los 8 años enviado a un internado. La madre, más tarde, tendría otro hijo, fruto de un adulterio, por quien se desviviría. Tal cosa afectó al futuro escritor, que llegó a señalar: “Nunca tuve madre… Mi madre es la causa de todo el mal de mi vida”. Cuando se reintegró a la casa paterna, y como proseguía el desdén, Honoré se mudó a un desván, a escribir furiosamente. Tenía entonces 18 años y ese sería el punto de partida de su carrera.

MADRES INFLUYENTES
Charles Baudelaire, el poeta galo, pasó otro tanto. A los 6 años murió su padre; su madre, Caroline Archimbaut-Dufays, volvió a casarse, por conveniencia, con un personaje muy mayor. Charles fue entregado entonces a una sirvienta, Mariette, lo que este interpretó como un abandono. La madre de Baudelaire se hizo cada vez más puritana y rígida, inscribió al vate en un severo colegio, del cual este terminó escapándose.

El poeta nunca recompondría las relaciones con su madre, distancia que se agravó con su paso por la disipada bohemia parisina. El impacto emocional fue trágico. Años después Baudelaire escribiría una sentida carta a su madre, en la que mostraba un desamparo irreparable.

Marcel Proust tuvo una relación de dependencia con su madre, Jeanne Clémence Weil, por quien estaba obsesionado. No podía dormir si esta no le daba un beso y sus primeros escritos se los dictó a ella. Continuamente protagonizaba escenas para llamar su atención. Cuando murió, Marcel pasó días llorando y tuvo que ser internado en un sanatorio. Hasta entonces había llevado una vida de desenfreno, pero tras el infausto suceso, se encerró a escribir “En busca del tiempo perdido”. Nunca compensó la pérdida.

Figura contraria a la de Truman Capote, quien casi no tuvo una relación con su madre, Lillie Mae Persons, pues esta, muy joven, y tras separarse del padre de Truman, se dedicó a pasear con su nuevo esposo. El niño, entre tanto, se quedaba con una niñera. A pesar de esto, el escritor no se quejó y hasta llegó a escribir: “Mi madre, mujer excepcionalmente inteligente, era la chica más guapa de Alabama. Todo el mundo lo decía, y era verdad. A los 16 años se casó con un hombre de negocios de 28 […]. Ella era demasiado joven tanto para ser madre como para ser esposa”.

La madre de Capote terminó matándose con una sobredosis de pastillas para dormir, hábito que mantenía junto a su alcoholismo. Los biógrafos del escritor han hecho notar que este heredó ambos vicios, por influencia directa.

AMOR INTENSO
El caso emblemático lo protagoniza Jorge Luis Borges, que mantenía una fuerte conexión con su madre, Leonor, a cuyo lado vivió hasta que esta falleció. Leonor lo acompañaba al cine, le compraba su ropa, le preparaba la comida y le sustituía su facultad perdida de la vista. Cuando Borges se quedó totalmente ciego, fue su madre, con la anuencia del escritor, quien ordenó su vida. Mientras vivió Leonor, Borges no se casó, salvo la episódica aparición de Elsa Astete, con quien disputó el día de la boda, marchándose a dormir con su madre. No hubo reconciliación.

Julio Cortázar también sintió un cariño entrañable por su madre, María Herminia Descotte. El argentino la recordaba así: “Mi madre fue muy imaginativa y con una cierta visión del mundo. *No era una gente culta pero era incurablemente romántica y me inició en las novelas de viajes*”. Su vínculo con ella se vigorizó a raíz del abandono de familia que protagonizó su padre, cuando Cortázar tenía 4 años. Hay un extraordinario poema que atestigua este amor, llamado “La madre”.

Otro latinoamericano, el cubano José Lezama Lima, sentía un fuerte afecto por su madre, Rosa María Lima, aunque esta era autoritaria y lo instaba a casarse, pese a conocer su homosexualidad. Cuando esta falleció, Lezama cayó en la depresión y se encerró en la casa familiar a escribir su célebre novela “Paradiso”. Se cree que Rialta, el personaje más poético y entrañable, es precisamente ella, la madre adorada y perdida.